sábado, agosto 23, 2008

PECADOS CAPITALES CAPÍTULO VI: PEREZA

“No hacer nada es la primera y la más fuerte pasión del hombre después de la de conservarse. Si se observara con detenimiento, se vería que, aún entre nosotros, se trabaja para poder descansar; es también la pereza lo que nos hace laboriosos”.
Jean - Jacques Rousseau
El trabajo dignifica. Je.
Lo hemos escuchado miles de veces, sin darnos cuenta de que esta frase es el mejor ejemplo de que somos victimas de una sociedad que ha endiosado a la pega, poniéndola en un altar.
Dignifica. ¿Qué más?, ¿Multiplica los panes y los peces?. Por favor.
La evolución natural de la sociedad de consumo, hizo que nuestra generación naciera en un mundo donde la pega es un culto, y los jefes, dioses misericordiosos que dejan caer sus bendiciones de papel moneda en nuestros bolsillos.
Hay que agradecer por tener pega. Es un premio. Da tu salud por pega. Pierde a tu señora por pega. Mide al resto por la importancia de sus pegas.
Sobrevaloramos tanto al trabajo, que si de dos derrochadores de dinero, uno lo hace dando una fiesta a sus amigotes y el otro, dilapida su fortuna en una empresa sin futuro que termina quebrando, evaluamos al primero como un idiota y al segundo, como una víctima de su emprendimiento que merece nuestra compasión, como si objetivamente ambos no fueran nada más que unos irresponsables.
Detengámonos un poco. Miremos más de cerca: Si el trabajo fuera tan gratificante y enriquecedor como nos han querido convencer, ¿los millonarios tendrían nana?.
Que quede claro: entiendo que si nos quedamos todos echados esto no iría para ningún lado, pero no estaría nada de mal asumir las cosas con un poco de calma. Y alegría.
Nos vendría muy bien a todos un poco de pereza. Para tener un país que disfrute de las cosas simples, y de paso, pisotee el engreimiento. Un país que se olvide de las preocupaciones que se acumulan en las venas hasta detener el corazón.
Un país de flojos.
Tan flojos, que todos alcancen a ir a almorzar en la casa.
Tan flojos que podríamos tener varios días de carnaval que detengan al país completo.
Tan flojos, que las calles estén llenas de bicis y no de autos, por que los flojos no tienen plata para comprarlos.
Tan flojos, que no llegaríamos a liderar ningún ranking y las empresas extranjeras que se roban descaradamente nuestros recursos y crecen hasta transformarse en monstruos a nivel global que amenazan la libre competencia, no se interesarían en invertir acá.
Tan flojos, que nadie se mataría por manejar mientras contesta en su celular una llamada de la pega. Cómo. Si los flojos solo hacen una cosa a la vez.
Flojos.
Discretitos.
Y harto más felices.
Mi voto, como buen pecador, va definitivo por la pereza. Por relajarse y hacer nada sin sentir culpa.
¿Alguien se interesa en venirme a acompañar?

miércoles, junio 11, 2008

PECADOS CAPITALES CAPITULO V: GULA

Y aunque prometa y prometa ponerme a hacer dieta, me falta voluntad
El hambre me termina por ganar. Y así
Pasa el tiempo, gira el mundo, y sigo siempre igual
Soy una victima de mi debilidad

Los Auténticos Decadentes

Fueron varios los rones. Y como andaba con la guata media vacía, una chorrillana hasta con huevito tipo 2 de la mañana. Y un cafecito, obvio, al desayuno del día siguiente. Y pancito con pebre para esperar la merluza frita con arroz, tomate y palta de la hora de almuerzo.
Y vino el frío.
Y vino la puntada en la guata.
Y vino el sentirse como el forro sin poder dormir.
Y el water y el water y el water.
Y los bonos, el doc y la licencia de dos días sin ir a la pega en la que con suerte llevas dos meses. Y cómo y que por qué, si yo nunca me enfermo, es más, con suerte me resfrío. Y que seguro que se me pasa si yo nunca he faltado a la pega.
Y los exámenes, los cochinos exámenes. Y las ganas en el pecho de gritarle mil veces en la cara al Colegio Médico que nada bueno en el mundo pude llamarse esofagogastroduodenoscopia. No señor. Debí suponer que eso es lo que pasa, cuando confías tu salud a un gremio que tiene una serpiente en su imagen corporativa.
Y las mil quinientas pruebas a tu sangre. Y el test de ureasa. Y mear en un frasquito. Y todo en ayuna por la mierda, como si que te metan un tubo por la boca no fuera suficiente castigo.
Y que el horario de atención es de 08:00 a 17:30. Y cómo mierda pretenden que vaya, si ya ocupé mis dos días de licencia en la casa, viendo a los cocineros de los matinales con asco en la garganta, por que la asistente social de la empresa verifica que no andes carreteando por ahí.
Y terminas levantándote a las 08:30 de un día sábado, como si las 08:30 de los días sábado hubiesen sido creadas para ir a tomarse exámenes a un laboratorio y no para dormir junto al trasero tibio de tu mujer.
Y el intento de reír de todo lo que te pasa, pero tanta bata blanca, tanto llanto de guagua en el ascensor lleno de la clínica que te trata como ganado, tienen a tu alegría encerrada en una cárcel de aburrimiento.
Y los remedios. Las 30 lucas en remedios, que viajan recorriendo las entrañadas redes bancarias internacionales hasta la cuenta de un mercader de la salud, al que en su escritorio de caoba en Vevey, Suiza, le importa un carajo tu sufrimiento.
Y la leve mejora que te deja poner en pie.
Y por la re grande que justo el maldito día en que te enfrentas al mundo con tus galletas de Soda Light de armadura, y tu agüita mineral sin gas como la espada/bastón que mantiene en pie tu figura de vieja tísica, empieza la tontera que te enfrenta a los molinos de viento que soplan su flato a parrillada en tu cara.
Y el mundo comienza con que a no se quién le gustan las patas de chancho. Y las tunas. Y pa’ más se le chorrea el helado.
Y que este otro es chorizo.
Y que quiero comer curanto con chapalele.
Y que mira, si está más wena que el pan con chancho.
Y por ahí, a no se quién le comen la color. Y le pellizcan la uva.
Y por la recresta que todo da hambre.
Y el vecino mata una vaquilla entera y tu familia tira hasta prietas al disco mientras tú te llenas la guata de galletas de chuño, fideitos blancos y pechuguitas de pollo sin hueso. Perverso pollo sin cuero, sin sal, sin sabor y sin alma, reduciendo el maravilloso acto de comer, al tedioso ritual de alimentarse.
Y por qué yo.
Y por qué justo yo.
Justo yo al que le gusta tanto engullir lomos vetados de a toneladas. Vino tinto en litros cúbicos. Y pizza napolitana por metros cuadrados.
Justo yo al que le da lo mismo, seguir creciendo en metros redondos.

martes, abril 22, 2008

PECADOS CAPITALES CAPITULO IV: LUJURIA

Porque cuando ha pasado un tiempo de abstinencia se disfruta más y porque siempre ha sido peligroso caer en el Scriptum Interruptus, vuelvo tarde, cargado al látex y vestido de colegiala, entregándome a los laberintos del placer. Como siempre, sin dejar de lado la pernería que me caracteriza, repaso el pecado favorito de varios de los lectores de este blog, que ya se deben estar sonrojando. Lujuria, pasión y promesas de sexo, para usted que tiene cara de cliente fácil. Como siempre, comente, no me venga con lógicas beatas a estas alturas del partido.


Que me perdone la comunidad geek, pero el verdadero Señor de los Anillos no tienen nada que ver con Tolkien, Frodo, ni la Tierra Media, no señor. Ya que a menos que se trate de cierta sesión fetichista en la pieza medieval de un motel, hoy por hoy, el verdadero Anillo que Gobierna a Todos es el Play Vibrations, una de las últimas joyitas de Durex, empresa líder en la industria de preservativos.
Para los Opus, los trabajólicos y los derechamente fomeques que nunca habían oído de él, el Play Vibrations (o Play a secas para los amigos), es un anillo vibrador de silicona que se coloca en la base del pene y que tiene una batería con una autonomía de 20 minutos, que se puede utilizar en una o más relaciones sexuales, pero cuya vida “acaba” una vez cumplido el tiempo en cuestión. Lanzado el 2006, el Play vendió 150.000 unidades en los primeros cuatro meses de presencia en el mercado Europeo, sin campaña mediática masiva alguna. En nuestro terruño, donde hace rato es tema obligado en carretes y tertulias, se puede encontrar solo en las farmacias SalcoBrand, por alrededor de tres lucrecias (por lo que me han contado).
No es de extrañar el éxito de un gadget de este tipo. Con el paso del tiempo, todos nos vamos dando cuenta del real poder de la lujuria. Bien lo explica Jorge Drexler en “El Otro Engranaje”, quinto track del disco “12 segundos de Oscuridad” (2006), canción en la que el uruguayo lanza su teoría acerca de lo que realmente mueve al mundo. Desde su punto de vista, la maquinaria de nuestro planeta es movida por las pasiones, la libido, el deseo y las infidelidades. Como él dice textualmente, la “avidez de nuevas pieles”, es el otro engranaje que impulsa a la aceitada relojería de la humanidad. Más que la plata, más que cualquier vicio, la calentura mueve montañas.
Personalmente se que me eché ramos en la U de puro horny.
Dejé botados a amigos. Y puta que me han dejaron botado amigos por ello.
Le he mentido a mis padres.
Y mejor no seguir.
Aún recuerdo como si fuera hoy a la primera chica a la que hallé derechamente rica. Corrían los ochenta y Don Francisco tenía en "Sábados Gigantes", cuando aún conservaba las eses, una modelo gringa con un acento que me derretía. Yo era muy niño y la Srta. Bárbara, una rubia que pasó sin pena ni gloria por el programa (lo se a ciencia cierta, pues recorrí la red hasta el cansancio buscando info de ella para escribir esto, sin éxito), me volvía loco. En esa idiota lógica que solo los niños tienen, fantaseaba quizás qué cosa con esa mujer que por edad, podría haber sido mi madre. Estoy seguro que no estaba enamorado, sino que la hallaba rica. Y me retuerzo de rabia al pensar que de seguro, el morboso y mórbido de Don Francis se la comió, en sus estudios MGM (Maldito Gordo Millonario).
Como muchas otras, mi fantasía blonda que no sabía pronunciar las erres, estaba condenada al fracaso. Y es que, aunque supongamos que en el sexo, como en casi todo lo que es divertido, no debiese haber límites o reglas, para que vamos a caer en falsos liberalismos. Hay gustos sexuales que por cantidad o calidad, no son socialmente aceptados. Para todos esos casos, existe el sitio http://www.sa.org/, que es la web oficial de "Sexaholics Anonymous". Sip estimado lector. Aunque usted no lo crea, la adicción al sexo, esa enfermedad que tiene como principal embajador al calentón de Michael Douglas, cuenta con grupos de apoyo, tratamientos de doce pasos y filiales en casi todos los países del mundo, donde según las estadísticas del "American Journal of Psychiatry", el 6% de los habitantes presenta un comportamiento sexual compulsivo. Le acorto el trámite: somos algo así como 6500 millones de habitantes en el mundo, por lo que de acuerdo a la publicación, pulularían por ahí, sentados al lado suyo en la micro, atendiéndolo en el almacén, la consulta o en el confesionario, alrededor de 390 millones de pasteles para los que el sexo dejó de ser algo rico y satisfactorio, y se transformó en una dependencia que los lleva a vivir una doble vida cargada de vergüenza, arrepentimiento y ETS’s.
Enfermos condenables, solo para los hipócritas con que compartimos un planeta donde el mercado de la pornografía (al que he entrego mi aporte voluntario regularmente) vende 60.000 millones de dólares al año, cifra cercana al PIB de países latinoamericanos como Guatemala (56.000 millones) y Costa Rica (52.000 millones) y que supera con creces al mismo dato para el caso de nuestros hermanos de Paraguay (31.000 millones) y Panamá (28.000 millones).
En el natal Uruguay de nuestro amigo Drexler, por su parte, la cifra llega a los 38.000 millones. Es decir, todos los recursos invertidos en darle cuerda a la maquinaria de la productividad de una nación, obtienen resultados la mitad de exitosos, que los del negocio de las tetas de silicona y los diálogos que a nadie le interesan. Como para proponer, mejor hablar de “el único” engranaje. Para variar, se nos pasó la mano.

sábado, noviembre 17, 2007

PECADOS CAPITALES CAPÍTULO III: SOBERBIA

Y la hora tenía que llegar. Don Charles se pone rockstar, escala su propio ego y hace un cara pálida al mundo, dando muestra de lo soberbio que puede llegar a ser. Como si hablar en tercera persona no fuera suficiente, en un acto de arrogancia poca veces visto, nuestro blogger favorito se somete al cuestionario de Proust. Como para decirle a Mr. James Lipton: ¡hazte un lado anciano!.

¿Cuál es su estado mental más común?
Ganas de asesinar a mis superiores jerárquicos. Lejos.
¿Cómo le gustaría morir?
Asesinado por Benjamín Vicuña, que en un ataque de celos termina con mi vida por haberle quitado a Pampita. Ahora, si lo hace degollándome con una espada láser, sería orgásmico.
Si después de muerto debe volver a la Tierra, ¿convertido en qué persona o cosa usted regresaría?
Definitivo: conejo en Temuco.
Si pudiera elegir un personaje de ficción, ¿cuál escogería?
Definitivo: Bugs Bunny. En Temuco obviamente.
¿Cuál es su mayor extravagancia?
Mi amor por las ranas.
¿Qué persona viva le inspira más desprecio?
Uf. Sebastián Piñera. Si Chile fuera la tierra media, él sería Sauron.
¿A qué persona viva admira?
A Elvis.
Cuál es su idea de la felicidad perfecta?
Dos coronas, una de las que se ponen en la cabeza y otra de las que se ponen en el hígado.
¿Cuál es su mayor miedo?
Tener un hijo pokemón.
¿Cuál es la virtud más sobrevalorada socialmente?
El tamaño del pene.
¿Qué le disgusta más de su apariencia?
Perdón, cambio esta respuesta por la de la pregunta anterior.
¿Qué talento desearía tener?
Cualquiera que me permita convertirme en superhéroe. Sueño con usar los calzoncillos encima de los pantalones.
¿Qué le hace reír?
Puras huevadas no más.
¿Qué le hace llorar?
Ver mi liquidación de sueldo.
¿Qué le desagrada más?
Las viejas con tiempo. El 99% de mis problemas son causados por una vieja con demasiado tiempo.
¿Cuál es su posesión más atesorada?
No pienso contarlo. Seguro me la van a querer robar.
¿Cuál es su pasatiempo favorito?
Lanzamiento del enano.
¿Cuál es su mala palabra favorita?
Corneta, callampa, loly. No quiero ni pensar que diría Freud al respecto.
¿Qué es de lo que más se arrepiente?
De casi todo lo que he contestado en este cuestionario.

miércoles, noviembre 07, 2007

SERIE PECADOS CAPITALES CAPITULO II: IRA

“La ira es un don” decían a principios de los noventa los incendiarios Rage Against de Machine, y yo me la compraba completita. La frase en inglés “Anger is a Gift” adornaba mis cuadernos y carpetas de estudiante de enseñanza media, en aquel tiempo que el discurso del Che y los textos de “Las Venas Abiertas de America Latina” (Galeano, 1971), me volaban la cabeza. La ira era la manifestación del discurso de la rebeldía, cuando sentía que, como dice la canción, no había nada que festejar.
Estoy seguro que en ese tiempo nunca consideré la condición de pecado de la ira. Aunque de seguro, de haberlo hecho, más rocker me hubiese sentido. La ira debe ser el pecado capital en que más he caído. Prácticamente a diario, por culpa de mis rabietas, retrocedo un pasito en la carrera hacia la meta del cielo. Obvio. Dios, muy perdonador, clemente y piadoso será, pero al parecer, al igual que los mortales, no tiene interés en desgastarse aguantando los ataques de idiotez del resto.
No se cómo lo hacen los que nunca pasan rabia. Los que sonríen todo el tiempo. Los ultra tolerantes que ponen la otra mejilla. Los que no explotan jamás. Los Ned Flanders y los Benito Baranda para los que todo esta siempre perfectirijillo.
La ira manifiesta enfermedades: “Anda con el mojón atravesado” decían los adultos cuando yo era niño, para referirse al enojón de turno, con esa sabiduría popular de los dichos que reflejan verdades innegables. Y curiosamente, dos de sus sinónimos, rabia y cólera, dan nombre a patologías, no solo contagiosas, sino que dolorosas y que durante mucho tiempo fueron incurables. Como su fuera poco, García Márquez en “Del Amor y Otros Demonios” (1985), cuenta como en el siglo XVII, la enfermedad de la rabia se confundía con una posesión demoníaca, y que por lo tanto, solo era posible de curarse con un exorcismo; coincidiendo con la opinión de mi novia C, quien declara que cuando me enojo me vuelvo un energúmeno que nada debiera envidiarle a Linda Blair, con giro de cabeza en 360º y vomito verde incluido, todo por que no la escucho.
Otro chiripazo: Los Irlandeses del IRA, (Ireland Revolutionary Army), aquel ejercito revolucionario de los más malditos que tengo recuerdo, no deben tener idea de lo que significa el nombre de su agrupación en el, para ellos, inentendible español. Autos bomba. Atentados. Armamento pesado. El IRA es pura ira. De la dura.
Furia, irritación, enojo, encono, disgusto, como quiera llamarle. No importa si es con la chica que se hace la diva, el chofer de la micro, el compañero de trabajo acusete y mediocre, el weva que te raya el auto, o con quien sea. Pecado señores. Y miembro del top 7 de ellos. ¿La salvación?. Ciertas versiones defienden que la ira en su justa medida se justifica y que no se puede andar por la vida aguantando injusticias y abusos. De hecho, se supone que hasta el mismísimo tata Dios ha tenido sus momentos y cuando la raza humana le ha dado razones, se ha descargado con plagas y desastres naturales contra tanto pecador. Comparado con langostas, ríos de sangre, y muerte de niños primogénitos, las chuchadas de las pobres aves como uno deberían calificarse como pelos de la cola que no hacen daño a nadie.
La única vez que intenté hacer algo al respecto de la ira no me fue bien. Inspirado en una película me propuse cooperar con la destrucción de los círculos de odio, es decir, responder con una sonrisa o la indiferencia a los insultos y malas ondas del resto. De más está decir que fracasé en esta iniciativa.
Definitivamente en cuanto a esto, el cielo, no quiere nada conmigo.

viernes, agosto 31, 2007

SERIE PECADOS CAPITALES CAPÍTULO I: ENVIDIA

Doy inicio a la serie de siete entregas llenas de faltas a la moral y a las buenas costumbres. Lo que ningún confesionario ha oído, a un click de distancia. Señoritas de buena familia: escandalícense. Señores del Porvenir de Chile: ruborícense. Como siempre, bienvenidos todos aquellos sin temor a la excomunión. Benedicto ya no dormirá tan tranquilo.
De todos los pecados capitales considero que este es el que surge a edad más temprana. En mi caso, el remezón que despertó al bicho de la envidia, que cual bacilo de Koch duerme al interior de cada uno de nosotros, fue aquella joya de la juguetería de los añejos ochentas: El Castillo Greyskull. Por alguna razón, el mundo consideraba que mi vecino Chilly Willy lo merecía más que yo, a pesar de su olor y sus eternos mocos colgando. Odie a C.W. por tenerlo. ¿Es que acaso no bastaba con que tuviera una colección interminable de figuras?. ¿Es que no le era suficiente con tener a BatlleCat con armadura y todo?. No. El weva tenía además que tener el castillo. Aún me parece injusto. Y lo odié por tener lo que yo no tenía.
Aunque para los que me conocen personalmente, mi carácter envidioso pueda parecer sorprendente, debemos aclarar que por muy pajarón e individualista que uno sea, es imposible abstraerse del resto del mundo por completo, y cada cierto tiempo surgen ciertas cosas, tangibles o no, que hacen despertar a ese ser siniestro que nos hace desear, anhelar y, por que no decirlo, envidiar lo ajeno.
Las multitiendas, los malls, los gimnasios, los psicólogos, los fabricantes de autos y las farmacias se enriquecen día a día gracias a la envidia. Seamos taxativos: la envidia es la madre del consumismo ya sea de ropa, casas, autos o implantes de silicona. Y el consumismo es la única razón por la que millones están dispuestos a levantarse para ir a trabajar, así que por favor, no la menospreciemos.
Envidio el bucólico - pastoril pasto del vecino. Estoy seguro que en mi caso, efectivamente el de él es más verde, y juro que nunca lo veo regar. ¿Cómo lo hace?. Me da rabia el muy.....
Envidio, tal vez sea por que he llegado a comprobar no ser muy hábil con las palabras en voz alta, a los genios del “spoken word”, quienes me causan cierta incomodidad por tener aquello que no puedo lograr. Hugo Chávez y Fidel Castro se mandan discursos de seis horas, improvisando y sin equivocarse. Maestros. Los envidio.
Envidio a los que no engordan coman lo que coman. Malditos. En la universidad tenía un compañero cuya once consistía en cuatro panes más un jarro schopero de té (tenía que usar dos o tres bolsitas) con lo que mantenía su guata recta y costillas a la vista. A no ser de que haya sido culpa de una lombriz solitaria, lo envidio.
Envidio a los idiotas cuyo oído musical es envidiable. Si bien la parábola de los talentos me ha favorecido algo en esto, he conocido a animales que agarran una flauta y a la media hora están tocando a Beethoven como si hubieran recibido un curso de años. En cuanto a esto, mi talento ta-lento y avanzo de a poquito, mientras los instrumentos permanecen en el closet a la espera de su turno.
Hace poco en una conversación de amigos concluimos que la envidia sana no existe. Es un contrasentido. O hay envidia o no. Así de simple. Y nunca es sana. Lo demás, es un modo de decir de manera agradable algo que nos avergüenza decir de modo directo.
Lo peor, es que mezcla dos de los ingredientes que nunca deben estar juntos: es gratis y muy peligrosa. Como si alguien se pusiera a repartir armas gratis en la esquina de nuestras casas, todos tenemos en la envidia una fuente de mucho daño y dolor. Es por eso que los autores religiosos plantean que el castigo para los envidiosos en el purgatorio es cerrar sus ojos y cocerlos, por haber recibido placer al ver a otros caer.
En fin, considero que si países enteros están dispuestos a bombardear a sus vecinos con tal de obtener el petróleo, el mar, el territorio o cualquier otro recurso que les interese, envidiar el castillo de He- Man del vecino y tragarse la rabia no es más que una práctica común.
Espero.

jueves, agosto 09, 2007

JULEPE

Dentro de las pocas cosas que recuerdo de la película “Imagen Latente” (Perelman, 1988) está la que considero una de las mejores secuencias de thriller del cine chileno. En ella, tras creer ser perseguido durante varias cuadras por un auto, Bastián Bodenhofer, temiendo haber sido descubierto sacando fotos desde su vehículo a los centros de detención de los militares, termina diciendo: “Puta que es fácil cagarse de miedo”.
Demasiado fácil. Y siento que cada vez más, a medida que los años pasan por mí.
Mi viejo tiene una historia en la que cuenta como impidió que yo, en la edad en que apenas había aprendido a caminar, tomara una araña más grande que mi propia mano de entonces, en pleno cerro de la zona central. La historia aún me sorprende, pues la verdad, siempre he sido un tipo extremadamente retraído y temeroso.
Adverso al riesgo, como se diría en jerga de economistas. Medio amariconado, en el coa del barrio.
La única explicación que tengo para mi comportamiento de aquel entonces, es que producto de la falta de información, cuando niños, aparte de carecer de años y centímetros de estatura, estamos libres de esa maldita enfermedad que es el miedo. El jodido miedo. Ese animal espinudo que a veces nos visita por las noches y que gusta de colarse en las rendijas y escabullirse en los rincones de las casas. Ese bicho de mierda que se esconde en tu closet cuando eres niño, y que desaparece debajo de la cama o detrás de las cortinas justo antes de que el grito salga de tu boca. El mismo miedo que se oculta en los baúles antiguos, en los joyeros donde las señoras de antes guardaban sus secretos, en los diarios de vida, en los sueños.
Miedos, propios y ajenos he visto y oído para todos los gustos.
Ciertos animales, insectos y situaciones riesgosas son las más comunes.
La muerte, la soledad y el olvido, las más espirituales.
La pobreza y el desamparo, las más materialistas.
Personalmente tengo serias trancas con cosas bastante pedestres. Los ascensores, por ejemplo. Más allá de cualquier cliché me dan miedo. No les tengo confianza, al punto de que ocho pisos para mi suenan como una cantidad razonable de peldaños a subir. Lo mismo con todo aquello que implique alguna sensación de vacío. Un solo salto en bungee o esa caída libre antes de que se abra el paracaídas creo que bastaría para mandarme a mejor vida de un paro cardíaco. De una.
En su novela "Caracol Beach" (1998), Eliseo Alberto dice magistralmente que “el miedo es una camisa de fuerza” y es ahí donde creo está el mayor problema. Nos restringe. Controla nuestras decisiones dictándonos qué hacer. Tal como en el extremista caso de la señora que no se levanta si su horóscopo ese día anuncia una catástrofe al salir a la calle, en mayor o menor grado, todos nos dejamos llevar donde nos guía la pesada mochila del miedo.
Cruzamos la calle por miedo al perro del vecino o a la silueta del que nos parece peligroso. La señora del marido golpeador nunca lo manda a la cresta por miedo a que el weva le haga algo. El vecino del barrio marginal no denuncia al narco, por miedo a que lo maten. El subordinado ejemplar no denuncia los chanchullos del jefe por miedo a perder el bono de empleado del mes.
El miedo como factor de cambio. El miedo como mecanismo de control. El miedo como herramienta de hipnosis. El miedo como moneda oficial.
El viejo del saco podría querellarse. O al menos, cobrar derechos de autor por toda la pega que le ahorró a generaciones de padres que educaron en base a su imagen. Ni hablar del billete que debe haber ganado el que se anotó el poroto de inventar el espantacucos. Por su parte, Hollywood sigue echándole lucas a la registradora, intentando replicar lo que clásicos como Nosferatu, Frankestein, Drácula y otros hicieron sentir. E inexplicablemente aún quedan almas inocentes que se sorprenden con esos trenes fantasmas rascas de telarañas de gasa y giles disfrazados de calavera.
Bien lo sabe la tía del parvulario. Bien lo sabe el paco anti motines. Bien lo sabe Bush. Bien lo supo Pinocho y los suyos. Bien lo sabe Fidel. Puta que es efectivo el miedo.
¡No te tienen que respetar, te tienen que tener miedo weón!, me dijo una vez el saco de pelotas que solía ser mi jefe. Y debo decir que su política del terror (aclaro que nunca la practiqué), al menos a él, le funcionaba a todo dar.
Cuénteme qué le da julepe. Comente. Se le agradecerá.