lunes, noviembre 27, 2006

UN BIG-BANG PARA EL BIG BEN

"El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos"
-Luca Prodán.
En Pide al Tiempo que Vuelva, (Szwarc,1980) el genial Christopher Reeve, interpreta a un escritor que utiliza la autohipnosis para viajar en el tiempo a conocer personalmente a la chica que ama, a quien solo ha visto a en un retrato. La película, además de una excelente oportunidad de ver al gran Reeve sin capa ni malla ajustada, nos muestra lo que seríamos capaces de hacer, con tal de obtener ese preciado tiempo para lograr lo que queremos.
Por mi parte, en el 2006, especialmente durante las últimas semanas, he necesitado más que nunca una manera de viajar en el tiempo.
Cual estrella de rock, he acumulado más millas de vuelo, kilómetros de autos arrendados y noches en hoteles, de las que son agradables de tener.
He estado lejos y cerca de casa, pero siempre, fuera de casa.
Llamadas urgentes, turnos de día sábado y desordenes horarios.
Mucho almuerzo donde sea.
Demasiados cafés de servicentro.
Y ningún happy hour.
En efecto, el asunto ha llegado a tal punto que no solo es que yo no haya tenido tiempo, sino que he llegado a creer que además, el tiempo, como si fuera una mano invisible, me ha tenido a mí.
Me ha hecho muchísima falta un Anacronópete.
He necesitado con urgencia un De Lorean con el condensador de flujos operativo.
Y he deseado con ansias, el cinto espacio-temporal de mampato.
Hace exactamente 73 días que no publicaba algo en este blog.
No tuve tiempo, insisto.
Fueron 1752 horas terribles de aceptar.
La maldita hora de greenwich y su séquito de husos horarios tuvieron la culpa.
La corta vida de las horas, que termina apenas 60 minutos después de que comienza, no me permitió pensar. Ni concentrarme. Ni lograr hacer algo con las frases sueltas que garabateo habitualmente en papeles, o en el bloc de notas del PC.
24 funerales al día. 189 lutos semanales que debemos soportar, cargando el ataúd donde yace el tiempo que vimos pasar, me mantuvieron con la cabeza lejos de las cosas que más me gusta hacer. Y eso es muy desagradable.
Una vez conocí a un tipo horriblemente ocupado. Tenía agendada incluso su hora para ir al baño. Lo mismo hacía con el horario destinado a llamar a su polola. “Si no me ordeno, me agobio, me desordeno y sale todo mal” -me explicó. Hoy, años después, atravesando por una situación similar a la de ese gurú de los horarios, estoy seguro que el orden es un factor clave, pero que simplemente hay ciertas cosas que no se deben planear. A pesar de que el maldito tiempo se ha transformado en mi obsesión actual, prefiero optimizar a planificar y he roto varias marcas personales aprovechándolo bien: Afeitarme sin ningún corte me toma cuatro minutos. Una ducha, con lavado de pelo incluido, siempre y cuando no surjan problemas de presión o temperatura de agua (algo así como el Ceteris Paribus del aseo personal), puede hacerse en 5 minutos exactos. Lavarse los dientes (para horror de mi odontólogo), nada más que dos. Y tengo pruebas empíricas de que es posible visitar a tres clientes, imprimir y firmar dos contratos notariales, para después finalmente almorzar cerrando un negocio en nada más que tres horas hábiles. Todo esto, claro, no me es nada placentero. Y no hallaba la hora de dejar, al menos por un rato, de ser esclavo del reloj.
Hoy otra vez toqué mi guitarra.
Me di el tiempo de publicar algo en mi blog.
Fui con mi novia al cine.
Y viví un día completo sin ninguna llamada al celular.
Pase lo que pase, declaro iniciada mi jihad contra los suizos.
Pido urgente kamikazes a Longines, por favor.
Hackers capaces de cambiarle el switch a Swatch.
Y un Big -Bang para el Big Ben.