SERIE PECADOS CAPITALES CAPÍTULO I: ENVIDIA
Doy inicio a la serie de siete entregas llenas de faltas a la moral y a las buenas costumbres. Lo que ningún confesionario ha oído, a un click de distancia. Señoritas de buena familia: escandalícense. Señores del Porvenir de Chile: ruborícense. Como siempre, bienvenidos todos aquellos sin temor a la excomunión. Benedicto ya no dormirá tan tranquilo.
De todos los pecados capitales considero que este es el que surge a edad más temprana. En mi caso, el remezón que despertó al bicho de la envidia, que cual bacilo de Koch duerme al interior de cada uno de nosotros, fue aquella joya de la juguetería de los añejos ochentas: El Castillo Greyskull. Por alguna razón, el mundo consideraba que mi vecino Chilly Willy lo merecía más que yo, a pesar de su olor y sus eternos mocos colgando. Odie a C.W. por tenerlo. ¿Es que acaso no bastaba con que tuviera una colección interminable de figuras?. ¿Es que no le era suficiente con tener a BatlleCat con armadura y todo?. No. El weva tenía además que tener el castillo. Aún me parece injusto. Y lo odié por tener lo que yo no tenía.
Aunque para los que me conocen personalmente, mi carácter envidioso pueda parecer sorprendente, debemos aclarar que por muy pajarón e individualista que uno sea, es imposible abstraerse del resto del mundo por completo, y cada cierto tiempo surgen ciertas cosas, tangibles o no, que hacen despertar a ese ser siniestro que nos hace desear, anhelar y, por que no decirlo, envidiar lo ajeno.
Las multitiendas, los malls, los gimnasios, los psicólogos, los fabricantes de autos y las farmacias se enriquecen día a día gracias a la envidia. Seamos taxativos: la envidia es la madre del consumismo ya sea de ropa, casas, autos o implantes de silicona. Y el consumismo es la única razón por la que millones están dispuestos a levantarse para ir a trabajar, así que por favor, no la menospreciemos.
Envidio el bucólico - pastoril pasto del vecino. Estoy seguro que en mi caso, efectivamente el de él es más verde, y juro que nunca lo veo regar. ¿Cómo lo hace?. Me da rabia el muy.....
Envidio, tal vez sea por que he llegado a comprobar no ser muy hábil con las palabras en voz alta, a los genios del “spoken word”, quienes me causan cierta incomodidad por tener aquello que no puedo lograr. Hugo Chávez y Fidel Castro se mandan discursos de seis horas, improvisando y sin equivocarse. Maestros. Los envidio.
Envidio a los que no engordan coman lo que coman. Malditos. En la universidad tenía un compañero cuya once consistía en cuatro panes más un jarro schopero de té (tenía que usar dos o tres bolsitas) con lo que mantenía su guata recta y costillas a la vista. A no ser de que haya sido culpa de una lombriz solitaria, lo envidio.
Envidio a los idiotas cuyo oído musical es envidiable. Si bien la parábola de los talentos me ha favorecido algo en esto, he conocido a animales que agarran una flauta y a la media hora están tocando a Beethoven como si hubieran recibido un curso de años. En cuanto a esto, mi talento ta-lento y avanzo de a poquito, mientras los instrumentos permanecen en el closet a la espera de su turno.
Hace poco en una conversación de amigos concluimos que la envidia sana no existe. Es un contrasentido. O hay envidia o no. Así de simple. Y nunca es sana. Lo demás, es un modo de decir de manera agradable algo que nos avergüenza decir de modo directo.
Lo peor, es que mezcla dos de los ingredientes que nunca deben estar juntos: es gratis y muy peligrosa. Como si alguien se pusiera a repartir armas gratis en la esquina de nuestras casas, todos tenemos en la envidia una fuente de mucho daño y dolor. Es por eso que los autores religiosos plantean que el castigo para los envidiosos en el purgatorio es cerrar sus ojos y cocerlos, por haber recibido placer al ver a otros caer.
En fin, considero que si países enteros están dispuestos a bombardear a sus vecinos con tal de obtener el petróleo, el mar, el territorio o cualquier otro recurso que les interese, envidiar el castillo de He- Man del vecino y tragarse la rabia no es más que una práctica común.
Espero.
Aunque para los que me conocen personalmente, mi carácter envidioso pueda parecer sorprendente, debemos aclarar que por muy pajarón e individualista que uno sea, es imposible abstraerse del resto del mundo por completo, y cada cierto tiempo surgen ciertas cosas, tangibles o no, que hacen despertar a ese ser siniestro que nos hace desear, anhelar y, por que no decirlo, envidiar lo ajeno.
Las multitiendas, los malls, los gimnasios, los psicólogos, los fabricantes de autos y las farmacias se enriquecen día a día gracias a la envidia. Seamos taxativos: la envidia es la madre del consumismo ya sea de ropa, casas, autos o implantes de silicona. Y el consumismo es la única razón por la que millones están dispuestos a levantarse para ir a trabajar, así que por favor, no la menospreciemos.
Envidio el bucólico - pastoril pasto del vecino. Estoy seguro que en mi caso, efectivamente el de él es más verde, y juro que nunca lo veo regar. ¿Cómo lo hace?. Me da rabia el muy.....
Envidio, tal vez sea por que he llegado a comprobar no ser muy hábil con las palabras en voz alta, a los genios del “spoken word”, quienes me causan cierta incomodidad por tener aquello que no puedo lograr. Hugo Chávez y Fidel Castro se mandan discursos de seis horas, improvisando y sin equivocarse. Maestros. Los envidio.
Envidio a los que no engordan coman lo que coman. Malditos. En la universidad tenía un compañero cuya once consistía en cuatro panes más un jarro schopero de té (tenía que usar dos o tres bolsitas) con lo que mantenía su guata recta y costillas a la vista. A no ser de que haya sido culpa de una lombriz solitaria, lo envidio.
Envidio a los idiotas cuyo oído musical es envidiable. Si bien la parábola de los talentos me ha favorecido algo en esto, he conocido a animales que agarran una flauta y a la media hora están tocando a Beethoven como si hubieran recibido un curso de años. En cuanto a esto, mi talento ta-lento y avanzo de a poquito, mientras los instrumentos permanecen en el closet a la espera de su turno.
Hace poco en una conversación de amigos concluimos que la envidia sana no existe. Es un contrasentido. O hay envidia o no. Así de simple. Y nunca es sana. Lo demás, es un modo de decir de manera agradable algo que nos avergüenza decir de modo directo.
Lo peor, es que mezcla dos de los ingredientes que nunca deben estar juntos: es gratis y muy peligrosa. Como si alguien se pusiera a repartir armas gratis en la esquina de nuestras casas, todos tenemos en la envidia una fuente de mucho daño y dolor. Es por eso que los autores religiosos plantean que el castigo para los envidiosos en el purgatorio es cerrar sus ojos y cocerlos, por haber recibido placer al ver a otros caer.
En fin, considero que si países enteros están dispuestos a bombardear a sus vecinos con tal de obtener el petróleo, el mar, el territorio o cualquier otro recurso que les interese, envidiar el castillo de He- Man del vecino y tragarse la rabia no es más que una práctica común.
Espero.