martes, mayo 08, 2007

CH’AKI, EL MUÑECO DIABÓLICO

“Francamente el infierno que allí se describe es Fantasilandia
si lo comparamos con la resaca de los mil satanes que me aqueja en esta
sofocante mañana santiaguina”.

Vinicio Cordeiro, refiriendose al
infierno de Dante Alighieri en su libro “Con las Patas y El Buche” (2006)
Hace un par de días, al despertar, un dolor me partía la cabeza. No me dejaba volver a dormir, pensar, ver T.V., ni nada. Los culpables de ese castigo divino éramos yo y un par de tragos de la noche anterior que, no por cantidad sino que por calidad, le cobraban a mi cerebro lo que el dueño del bar que me vendió aquel brebaje maldito no quiso pagar, timándome con quizás qué copete de cuarta, en lugar del destilado que yo originalmente había comprado.
En términos científicos sufría de deshidratación de las meninges, dilatación de los vasos sanguíneos y disminución de la glucosa, lo que se manifestaba a través de cefalea, dolores abdominales y molestias musculares. En buen chileno, tenía una caña de proporciones apocalípticas. Para los espíritus conservadores que nunca se han visto enfrentados a este monstruo rompecráneos, me es imposible describirla, porque como todas las cosas que importan en la vida, es imposible hacerle justicia con palabras. Tal vez podría solo aproximarme a su descripción atreviéndome a decir que no hay peste ni gripe que se le compare y que si no fuera por que no es nada más que la consecuencia de un comportamiento calificado socialmente como irresponsable y peligroso, una buena caña ameritaría al menos un par de días de licencia médica, enchufado a una bolsa de suero y con paños fríos en la frente.
En Wikipedia es posible encontrar varios nombres que recibe este molesto fenómeno a lo largo de Sudamérica. Por lo visto, en nuestra sociedades sudakas, buenas para las fiestas y carnavales en los que las bebidas espirituosas corren en grandes cantidades como única droga permitida, tratamos de suavizar el concepto otorgándole apelativos juguetones e inofensivos: Mientras en Chile le llamamos con cariño la caña o la mona, como también le llaman en Argentina, en Ecuador le dicen tiernamente chuchaqui, en Colombia por su parte, la bautizan amorosamente como guayabo, mientras que en Venezuela la comparan a un inofensivo roedor llamandola ratón; los tequileros de México la llaman simpáticamente la cruda, en Costa Rica se le conoce con el indoloro nombre de goma y en Bolivia se le llama simplemente chaqui (no confundir con chucky), concepto que proviene del quechua Ch’Aki: Sed.
Según Tito Matamala en su “Manual del Buen Bebedor” (1999), la vida de los bebedores se ve dividida por un magno evento que él define como “La Gran Resaca”, es decir, aquella caña dolorosa de cuerpo y alma, tras la que nos vemos enfrentados a una disyuntiva de magnitudes cósmicas: el retirarse completamente de los vasos con paraguas de papel, las cocteleras y las rodajas de limón, o definirse como un bebedor que no se amilana ante las amenazas de dolorcitos de pacotilla y que heroicamente, paga por los placeres de sus horas de diversión, ofreciendo sus órganos vitales en sacrificio y ofrenda a las deidades de la vida bohemia, por que como Matamala bien dice “el bebedor no le teme a la muerte”. Y mucha razón tiene, pues todos los aficionados a las actividades nocturnas, sabemos bien que la caña es el precio justo a pagar por nuestra naturaleza hedonista y licenciosa. El problema es que por lo visto, su naturaleza de penitencia purga los sentimientos de culpa y nos hace caer de nuevo en las malas prácticas etílicas.
Remedios para la caña hay muchos: Mi novia C prefiere sopa en grandes cantidades. Yo voy más por lo fresco y mientras en días hábiles recurro a un Gatorade, los fines de semana considero bastante efectivo un tratamiento en base a duraznos en conserva y helado de piña. Más allá de esto, he visto de todo: partiendo con la receta de mi amigo el Cieguito, que auque parezca mentira, se dializa con un litro de leche entera, solita, de la caja a su paladar, pasando por la sencilla teoría de mi primo el Potro Valenzuela, quien se trata con una sencilla y fiel agua mineral con gas, hasta llegar a las prácticas de mi amigo El Negro, quien cuenta que durante sus días en Europa, pasaba la kurda tocando guitarra y tomando el mate que le regalaban algunos amigos argentinos. El mote con huesillo me ha dado resultado y durante mis años universitarios arrasábamos con los helados Trendy de $100 que vendían en el negocio de la Facultad. Para comer, lo que sea, aunque siempre serán bienvenidos un buen ajiaco o una reponedora cazuela. Los mariscos, desde mi humilde tribuna, ayudan tanto como cualquier otra cosa y las veces que he recurrido a ellos ha sido más por tradición que por eficiencia. Considero un método altamente peligroso el de arreglar la caña con un trago, pues aparte de que lo único que se logra es aplazarla, lo veo como un camino casi seguro a AA.
Técnicas preventivas he oído varias: no mezclar tragos o mezclar manteniendo una escala de gradación alcohólica ascendente. Beber toda el agua que puedas, e incluso tomarse un sobrecito de sal de fruta previamente a entregarse a los brazos de Morfeo.
Antes de terminar me gustaría referirme a dos de las seis acepciones que la Real Academia de la Lengua Española da al concepto de resaca: El primero de ellos, describe a este fenómeno como el “Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso” lo que si bien es acertado, deja en evidencia la carencia de experiencias nocturnas de los expertos de la RAE, pues todo aficionado a las botellas sabe que hay cañas que se manifiestan mucho antes de dormir, y que en efecto, no permiten hacerlo. El segundo, describe a la resaca como una “Persona de baja condición o moralmente despreciable”, que si bien es cierto, puede no tener ninguna relación con el tema de este post, es justamente como se siente un resacoso al momento de mirarse al espejo.
Cuénteme sus historias de caña, remedios y demases. Comente, no se haga el puritano. No me venga con que nunca ha andado con Ch’Aki.

P.S.: Disculpen la demora.