martes, julio 17, 2007

NO SOY TONTO, SOY PESADO

Hace un par de años, embarcado para variar, en varias apuestas por mejores posibilidades laborales, mi tolerancia al fracaso estaba llegando a su límite. Como un sino imposible de evitar, mi avance en los procesos de selección de personal llegaba solo hasta la, para mí, maldita hora de enfrentar los tests psicológicos.
El primer rechazo fue anecdótico. El segundo, calificable como de “mala racha”. Y el tercero, definitivamente preocupante, al punto de dejarme en un estado de inseguridad permanente que hacía que me cuestionara todo.
Luego de incesantes requiebros mentales, decidí que debía tomar una medida drástica con el fin de exorcizar de una buena vez a mis demonios y salir de aquella tragedia griega que tenía mi autoestima por el piso. Con ese objetivo, conversé cara a cara con un experto en el tema, con el fin de que me dijera la verdad de una sola vez. Y lo hizo.
Una sicóloga laboral me escuchó durante poco más de una hora mientras me hacía preguntas a las que yo contesté con total naturalidad. Y no me lo mandó a decir con nadie:
“A mucha gente le gustaría trabajar contigo” -me dijo- “Tu perfil concuerda con muchos de los cargos a los que has intentado llegar”- agregó-, “Pero nadie contrata gallos pesados. Imagínate. Si el tipo es un pesado en su entrevista de trabajo, mejor ni pensar como será cuando está de mal humor”.
Está clarísimo. Las ironías y el humor negro no son una buena carta de presentación. El problema es que las pesadeces fluyen por mis poros sin control alguno de mi parte, aún cuando no se debe, por que no las puedo controlar.
Los pocos amigos que me soportan me lo recuerdan día a día. Mis hermanos cada vez que pueden, me lo hacen recordar.
Pertenezco a aquella casta a la que han dado fama personajes como el Chino Ríos y Enrique Lafourcade. Soy el que no te cuida el puesto. Soy el que no te deja pasar simplemente porque no quiere. Soy el que no le aguanta nada a la mina rica que lo logra todo solamente porque es rica. El que no le soporta nada a la vieja que lo logra todo únicamente porque es vieja. El que no le tolera nada al niño que lo logra todo exclusivamente porque es niño.
Por favor no confundan. Nunca lo he hecho por llamar la atención ni por defender el discurso punky adolescente de que el mundo es una mierda (tal vez cuando tuve 15 años fue así, pero ya han pasado otros 15 de aquel tiempo). Y la prueba de ello es que me autocensuro constantemente, muchas veces por cuidar mi integridad física y otras tantas por respetar las pocas lecciones de buenas maneras que mis padres y profesores lograron hacerme entrar en la cabeza, a tal punto de que fácil, el 85% de las tonteras que mi mente me ordena decir terminan en la papelera de reciclaje.
A pesar de que mi novia C se deleita embarrando mi imagen pública con mis actitudes y arranques, y entretiene a mis amigos y parientes con las historias de mi mal genio en tono stand-up comedy, no le es fácil soportar mis salidas, igual que a muchos de los que me rodean. Sufre cada vez que me agarro a garabatos a algún chofer imprudente o me desgasto en una discusión inútil con una señora septuagenaria de esas que ya ni en el geriátrico aguantan.
Insisto, no confundan, se que esto no es un talento. Un poco de charm no me vendría nada de mal.
Conversando hace poco con un ex compañero de colegio dimos el habitual repaso por todos aquellos congéneres de quienes habíamos tenido o no noticias. Luego de conversar un rato me dice: “Nos podríamos juntar, pero no se a quien invitar por que no pude cachar quien te cae bien”. No es que todo me moleste, es falta de tacto de mi parte, creo yo.
Durante mucho tiempo creí que habían ciertas cosas que yo no entendía y que por esa razón no me daban risa, ni me importaban. Hasta que caí en cuenta que sí las entendía, pero simplemente me valen un carajo. Por si a alguien no le quedo claro, le repito: no soy tonto, soy pesado.